uando el pensamiento está vivo, cuando innovamos, cuando hablamos de lo importante, hablamos con metáforas. Si el entendimiento quiere avanzar, necesita de ellas. Es inevitable, para hablar de una silla no las necesitamos, para hablar del amor, del tiempo o del pensamiento abstracto son indispensables. Las cosas importantes de la vida están cargadas de metáforas. El tiempo es un río (que transcurre), el amor un viaje (con encrucijadas), las ideas son comida (que hay que digerir o asimilar). Y, sin embargo, cuando se inventó la silla, hizo falta una metáfora para nombrarla.
Cuando se está inmerso en lo más abstracto, la metáfora es la luz que permite aclarar las cosas. Lo mismo pasa con el bosón de Higgs. Si el científico quiere comprender su propio trabajo, debe ser capaz de convertir lo extraño en familiar, lo desconocido en íntimo. Hacer sitio a lo nuevo entre el resto de las cosas (ya conocidas, ya literales). Y para ello necesita de la metáfora, que permite ver una cosa en términos de otra.
Conviene partir de una definición inicial. Una metáfora es una expresión que se compara con otra estableciendo una similitud entre ambas para así transmitir un mensaje en forma de historia o cuento. Un ejemplo de ello sería cuando decimos “tus ojos son dos soles”, lo que significa que los ojos de la persona en cuestión son grandes, radiantes y llenos de luz. Por lo tanto, establecemos una similitud entre los soles y la belleza de los ojos de la persona.
Representan una forma de permitir a alguien más entender el impacto que tiene en nosotros cierta situación que estamos viviendo, el problema es que no somos realmente conscientes del impacto que la metáfora puede tener en la forma de experimentar esa situación.
Un ejemplo sería, si yo te dijera que la vida es dura, entonces lo que estoy indicándole a mi mente es que para vivir mi vida, esta tiene que ser dura, por lo tanto de manera inconsciente le he dado una instrucción, busca todas aquellas personas, situaciones o cosas que me hagan vivir la vida de esta manera.
Es bien sabido que las palabras que usamos son de suma importancia, porque ellas crean nuestra realidad.
Nadie nunca nos enseño la importancia de la palabras y es por eso que solemos usarlas con demasiada ligereza, empieza a escucharte, empieza a reconocer como las metáforas que usas te impulsan hacia donde deseas ir o te detienen de alcanzarlo.
si yo buscará tener dinero pero me refiero al dinero como sucio ¿Crees qué realmente podré conseguirlo?, o en caso de conseguirlo ¿crees qué realmente podré conservarlo? Lo más probable es que no, porque en el fondo, en tu inconsciente tu no deseas ser sucia y aquí es donde caemos en el autosabotaje, entonces empecemos a revelarnos a nosotras mismas el significado de todas esas metáforas de nuestra vida.

En la PNL
En la Programación Neurolingüística (PNL), las metáforas son una herramienta para transmitir mensajes motivacionales y facilitar la conexión emocional con las personas. Se utilizan para: Transferir aprendizajes entre conceptos, Estimular el pensamiento lateral, Llegar a nuevas perspectivas, Disparar la creatividad, Inspirar al oyente a iniciar un cambio o transformación.
Las metáforas en PNL pueden ser superficiales o profundas, y de acompañamiento o de cambio:
Metáforas superficiales
Tienen similitudes más obvias y relaciones más directas.
Por ejemplo, “Cuando te digo las cosas es como si estuvieras sordo“.
Metáforas profundas
Tienen similitudes menos obvias y menos visibles.
Por ejemplo, “Hablar contigo es como predicar en el desierto“.
Metáforas de acompañamiento
Sirven para acompañar a una persona.
Por ejemplo, “Me encuentro desorientada como si estuviera en un día oscuro de invierno sobre un lago helado“.
Metáforas de cambio
Sirven para sugerir una salida a una situación.
Por ejemplo, “Quizás podamos buscar alguna luz que te oriente en tu camino“.
La PNL es una disciplina que explora la conexión entre el lenguaje, la percepción y el comportamiento humano.
¿Metáforas en terapia?
Las metáforas se asocian a la literatura, ya que son figuras retóricas que se emplean en narraciones, poemas, fábulas, relatos, etc., pero lo cierto es que son un recurso muy potente para trabajar en terapia.
Desde el enfoque de la Terapia de Aceptación y Compromiso se han comenzado a popularizar las metáforas en psicología y lo cierto es que son recursos muy eficaces, puesto que aportan una nueva manera de contemplar un problema facilitando así un nuevo enfoque del mismo, una mayor comprensión y nuevas rutas para solucionar los conflictos. Especilmente útiles en casos vinculados a dietas, ansiedad, depresión y otros.
Además de ello, las metáforas favorecen la compresión del problema, consienten al paciente una actitud activa en la terapia, permiten tomar distancia ante sus problemas y analizarlos desde otro punto de vista, facilitan la expresión de emociones y son fáciles de entender y recordar.
¿Qué puedes hacer?
Empieza a vivir más en el presente, empieza a escuchar las palabras que usas y empieza a identificar como te hacen sentir, reconoce aquello que te está limitando desde dentro y elige diferente, todo el tiempo elegimos, pero no realmente de manera consciente.
La idea es ayudar a las personas a darse cuenta de aquello que quizás hoy les resulta transparente, que lo viven, lo dicen y lo sufren pero no lo reconocen y no podemos transformar lo que no podemos reconocer, así que, yo te quiero dejar esta pequeña tarea, que te aseguro que puede generar cambios importantes en ti.
Cómo el cerebro crea y combate los prejuicios
Si la metáfora es la clave del pensamiento inédito, al mismo tiempo es la confesión de la inefabilidad de lo real. Pues la metáfora alude, señala de un modo indirecto, resalta algunos aspectos, oculta otros. Orienta, en definitiva, al pensamiento. Cuando se piensa lo ya pensado, la metáfora no hace ninguna falta. Los que creen que la metáfora es una cuestión decorativa, más propia de poetas que de científicos, nunca han innovado. Viven en el disco rayado de lo literal. La metáfora abre camino en las selvas desconocidas del pensamiento.
Sólo podemos comprender lo nuevo mediante la asociación con lo conocido. Un buen ejemplo lo tenemos con el propio término “computadora”. Conviene recordar que el inglés no es el único idioma. En castellano, catalán y francés decimos ordenador (ordinador, ordinateur). La historia de la elección de esta palabra es curiosa. En 1955, el equipo de marketing de IBM-Francia decidió no etiquetar su nuevo producto como las calculadoras ya existentes. Buscaron un nombre mejor y más breve para “la nueva máquina electrónica (programable) destinada al procesamiento de información”, y se decantaron por ordinatrice électronique. Así, el ordenador pasó al lenguaje común y literal.
La metáfora dominante en las neurociencias es que el cerebro es una computadora. Y que la actividad mental surge del cerebro. Se trata de un milagro parecido al del Big Bang, del que emergió toda la materia y energía del universo sin un motivo aparente. Bajo este paradigma, un tanto mágico y dualista (software-hardware), se realiza casi toda la investigación reciente. La materia gris sería el manantial del que brota el agua fluida del pensamiento o, mejor dicho, el cerebro convertiría (nadie sabe cómo) el agua de lo objetivo en el vino de la subjetividad. Una metáfora impugnada parcialmente por los casos de hidrocefalia, donde apenas habiendo cerebro, hay todavía pensamiento, incluso la posibilidad de una vida normal en algunos casos clínicos contrastados. Pensamiento del corazón, de la piel o del estómago. En todo caso, nadie discute la importancia del cerebro (nosotros tampoco), pero conviene no idolatrarlo.
El debate sobre la idoneidad de la analogía cerebro-computadora está más vivo que nunca. De hecho, la analogía tecnológica por excelencia muestra signos de fatiga. Al margen de la postura que adopte cada cual, no deja de ser curioso que los lingüistas hablen de la base neural del pensamiento metafórico y los neurocientíficos de la base metafórica de la jerga neural. Un ejemplo más de que la metáfora es inevitable y de que nos encontramos, desde el inicio mismo de la reflexión, atravesados por ellas. Las metáforas dirigen nuestra mirada, aunque no las veamos (de hecho, ellas nos hacen ver). El cerebro es pura asociación viva y la reina de la asociación es la metáfora.
La metáfora dominante es que el cerebro es una computadora y que de él surge la actividad mental
En lugar de polemizar sobre la metáfora del cerebro como computadora, nos gustaría rescatar otras alternativas. Reorientar el foco de la atención. Para ello debemos hacer un poco de historia. Hace cuatro siglos, Descartes consideraba que la conducta de cada cual se debía a unos autómatas hidráulicos que impulsaban los espíritus animales a través del cuerpo. La metáfora se desplazó después a la del reloj, a pesar de las objeciones de Leibniz, que afirmó que si entráramos en el engranaje de dicho mecanismo no encontraríamos nada parecido a la mente. En la época del doctor Frankenstein, Galvani y Volta exploraron el papel de la electricidad en los cuerpos de los animales. Los nervios se convirtieron en cables y los cerebros en telégrafos. La plasticidad neuronal pronto dejó obsoleta la analogía. Cajal prefería las imágenes naturales (árboles, jardines, bosques). Para Darwin, el pensamiento era una “secreción” del cerebro, análoga a como el hígado secreta bilis. Su visión integradora del origen de las especies no evitó que todos los animales, incluidos los humanos, se convirtieran en máquinas conscientes. Como corolario, las máquinas también se volverían animales (perros eléctricos, escarabajos mecánicos, polillas de tres ruedas). Con la implementación empírica de los bucles de retroalimentación, la línea entre la biología y la tecnología se difuminó. La “red neuronal” de Pitts y McCulloch desdibujó aún más la distinción entre redes naturales y artificiales. Y entonces se produjo la inversión de la metáfora: las computadoras eran como cerebros y viceversa. La guerra se coló en los laboratorios por la necesidad de descifrar los códigos del enemigo. Se dejó de rendir culto a la materia. El nuevo ídolo era la información. Desde entonces, el cerebro se considera un órgano computacional. Y ahí nos hemos quedado.
Pero hay otra clase de metáforas que se quedaron en el tintero. Una de ellas se debe a Henri Bergson: el cerebro como el órgano de “atención a la vida”, cuyo principal papel sería recibir, retrasar y canalizar, seleccionando “imágenes” en lugar de produciéndolas (el cerebro y el cuerpo serían también imágenes). Desde esta perspectiva, los cerebros se parecen más a receptores de radio, a antenas o cuevas resonantes. Su función sería sintonizar, que es el fundamento de la atención. Nada se crea en ellos; se va de más a menos, no de menos a más.
La otra metáfora se debe a >William James, fundador de la psicología moderna. James creía que la actividad fundamental del cerebro no era la producción sino la selección. El cerebro como velo o filtro. La idea tiene sus antecedentes en la antigua filosofía india y en Ralph Waldo Emerson, amigo del padre del James. El pensador de Concord dejó escrito: “Yacemos en el regazo de una inmensa inteligencia que nos hace receptores de su verdad y órganos de su actividad. Cuando percibimos la justicia, cuando percibimos la verdad, nosotros mismos no hacemos nada sino permitir que nos atraviesen sus rayos”. La función del cerebro no sería producir, sino “dejar pasar”. El cerebro no crearía el pensamiento, sino que lo filtraría. >Aldous Huxley también lo consideraba una “válvula reductora”. Una hipótesis que merece la pena investigar, ahora que en California renace la investigación psicodélica, bendecida por nuevos intereses corporativos tras décadas de puritanismo y tabúes.
La idea de James surge en un momento crítico de su vida. Le parece que el estudio de la mente depende demasiado de la “tiranía de los laboratorios”, como decía Ortega, y que con la rigidez de sus métodos no se lograrían grandes avances. La mente es el mundo de las cualidades, el laboratorio de las cantidades. El laboratorio entra en la mente como elefante en cacharrería. En 1892, James abandona la disciplina y empieza a dedicarse a la filosofía. Poco a poco revive en él una idea antigua. La mente humana sería una porción de una mente más amplia, que se filtra en la experiencia a través del cerebro (siendo posible que, una vez desactivado el filtro, regrese a su fuente, sin que haya que lamentar la pérdida de algunas de nuestras limitaciones personales tras la muerte —la pregunta no es si hay vida después de la muerte, sino qué sobrevive tras el tránsito—).
James, fundador de la psicología, cree en cambio que la función principal del cerebro es la selección
El argumento de James es sencillo y esclarecedor. La mayoría de la gente cree que el pensamiento es función del cerebro. Esa dependencia no se discute. Pero no estamos obligados a pensar que esa función es “productiva”, es decir, que la mente emerge del cerebro. Cuando decimos que el vapor es función de la tetera, la iluminación del circuito eléctrico o la energía hidráulica del salto de agua, entendemos esa función como productiva. Lo mismo se cree hoy que sucede con el cerebro, que engendra la conciencia en su interior, como engendra también colesterina, creatina y ácido carbónico. Si el funcionamiento del cerebro se deteriora o muere, entonces la producción de conciencia cesa. Sin embargo, es posible considerar esa función como “permisiva” o de transmisión. El cerebro no produciría entonces el pensamiento, sino que lo filtraría y transmitiría. El cerebro sería “una máscara provisional que refracta un pensamiento infinito, única realidad entre los millones de corrientes finitas de conciencia que conocemos como nuestros yoes privados”. En ciertos momentos, debido a un traumatismo, una experiencia extática o psicodélica, el velo puede hacerse más tenue y permitir que el resplandor infinito inunde la mente individual, que se ve desbordada y ampliada por una impresión de totalidad.
La neurociencia dominante entiende de modo unilateral y dogmático la palabra “función”. La ventaja de la opción de James es que ofrece una solución al “problema difícil de la conciencia”. De hecho, lo desplaza, como diría Derrida. Pero nos ofrece un relato más rico e interesante sobre el universo. Detrás de este universo tiene que haber una buena historia. El ciego tedio mecanicista no está a la altura. James advierte que conciencia y cerebro son elementos completamente heterogéneos y que la producción de la primera por el segundo supone un milagro tan grande como si fuera creada de la nada o se generara de forma espontánea. So pena de volver a un dualismo provisional, se buscan opciones viables a un materialismo inoperante y desesperado.
James y Bergson se acercan a la idea de la mente que encontramos en las upanisad hindúes. La conciencia existe ya entre bastidores y el velo del cerebro (o quizá sería mejor decir del cuerpo en su totalidad, dados los recientes estudios sobre la importancia del corazón y el estómago en la cocreación de la experiencia humana) la matiza y restringe. Ese velo puede tener distintas rugosidades, diferentes espesores. La cultura mental puede hacerlo más o menos poroso, lograr que deje pasar más o menos luz. Ese umbral, claro está, es variable y depende de la circunstancia. Hay momentos de gran lucidez y momentos de extrema obcecación.
La teoría de la transmisión encaja mejor con fenómenos psíquicos anómalos como la telepatía, los médiums, las curaciones instantáneas, las revelaciones o impresiones de clarividencia. Experiencias en las que “nos barre una marea” y que explican la mente expandida que se suscita en ciertos estados de meditación o la emoción cósmica de saberse parte de la totalidad. El propio James las había experimentado con una sustancia psicoactiva: el óxido nitroso. Fenómenos a los que se puede llamar de “gravedad inversa” y que sintonizan con las teorías budistas sobre inconsciente (ālayavijñāna) o con la visión jungiana. “Solamente tenemos que suponer la continuidad de nuestra mente con un mar madre, que ocasionalmente permite que unas olas excepcionales sobrepasen un dique”. Las causas de esas subidas o bajadas seguirán siendo un misterio. Pero a veces resulta posible propiciarlas.
La visión de Bergson y James, como la que proponemos aquí, permite un perspectivismo pluralista con el que simpatizamos. “Cada nueva mente trae consigo su propia edición del universo, su propia habitación para vivir, y estos espacios nunca están apiñados”. James concluye con una frase enigmática sobre la que sería oportuno indagar. “La ley de incremento de la energía espiritual se opone expresamente a la ley de conservación de la energía física”. Una gravedad inversa. Quizá sea el momento de reabrir líneas de investigación guiadas por la luz de estas otras metáforas.
Ejemplos de metáforas en psicología
A continuación os presento algunos ejemplos de metáforas que suelo trabajar en terapia. Quizás alguna os resulte útil y os haga reflexionar.
“El hombre en el hoyo”: “Un hombre paseaba por el campo. Llevaba los ojos vendados y una pequeña bolsa de herramientas con él. Se le había dicho que su tarea consistía en correr por ese campo con los ojos vendados, pero por ese campo había grandes hoyos profundos y el hombre no lo sabía. Así que empezó a correr por el campo y cayó en uno de esos grandes agujeros. Al caer, se dio cuenta de que no podía salir de donde estaba y desesperado miro en su bolsa de herramientas para ver si había algo que pudiera usar para escapar del hoyo. Encontró una pala, que es todo lo que tenía y empezó a cavar para salir de allí. Alterado intentó cavar más y más y más rápido, pero seguía en el hoyo. Empleó todo su esfuerzo y trabajo y lo único que conseguía es que el hoyo se hiciese cada vez más profundo. Entonces se dio cuenta, que cavar no era la solución, al contrario, cavando es como se hacen los hoyos más grandes. A veces, escogemos una estrategia equivocada para tratar de salir de un problema y no nos damos cuenta de ello. Igual que el hombre en el hoyo, nosotros pensamos que estamos empleando estrategias que nos ayudan, pero lo que hacemos es seguir agrandando el problema. ¿Por qué no somos capaces de verlo? Porque tenemos una venda en los ojos y porque nos han enseñado que con una pala solo se puede cavar. Tal vez, no nos hayamos dado cuenta de que tenemos otras herramientas en la bolsa o puede que no hayamos pensado que la pala puede tener otras utilidades. Por otro lado, el agotamiento no ayuda a pensar con claridad y el miedo hace que tratemos de cavar más deprisa. Así que, si estás en un hoyo, párate, mira en otras direcciones pero, sobre todo deja de cavar.”
“El autobús”: “Imagínate un autobús del que tú eres el conductor. Recorres tu ruta y a medida que avanzas van subiendo pasajeros a tu autobús. Estos pasajeros son tus sentimientos, tus emociones, tus pensamientos y tus recuerdos. Algunos de estos pasajeros son, cuanto menos, difíciles (parecen agresivos, inseguros, burlones, maleducados, etc.). Así que mientras sigues tu recorrido, ellos comienzan a entrometerse. Te comienzan a amenazar, te intentan molestar y te insultan. En primer lugar, les haces caso y para que los pasajeros se callen, sigues el recorrido que te guían, pero no te sientes bien, ya que eso va en contra de lo que deseas hacer. En segundo lugar, decides ir en su contra y hacer lo que tú quieres, pero los pasajeros luchan contra ti y tú intentas echarlos, pero es imposible. En tercer lugar, decides ir con ellos, ya que entiendes que para seguir por el camino de tus sueños debes aprender a ir con todos tus pasajeros porque echarlos es imposible y hacerles caso no te hará feliz. Entender que debemos seguir la dirección que a cada uno le parece importante es lo adecuado, ya que los pasajeros (sentimientos, emociones, pensamientos y recuerdos) nunca podrán tomar el mando. Ellos no giran el volante, no aceleran, no pisan el freno, etc. El conductor del autobús, eres tú.”
“La mariposa”: “Visualiza que estás en un campo enorme, es un día soleado y frente a ti tienes un arroyo con un montón de mariposas volando por encima. Hay mariposas variadas, desde la más bonita llena de colores a la más fea que te puedas imaginar. Tú intentas coger las mariposas más bonitas (pensamientos agradables) y evitas las feas (pensamientos desagradables), pero lo único que haces es remover y alborotar a las mariposas dificultándote coger las mariposas bonitas y creando así una lucha más difícil y agotadora. Sin embargo, si estás dispuesto a comenzar a observar simplemente tus pensamientos (tanto mariposas bonitas y feas, es decir, tanto pensamientos agradables como desagradables) con el transcurso del tiempo tu mente tendrá capacidad para albergar otro tipo de pensamientos”.
Se pueden hacer metáforas de muchas situaciones, como acabamos de ver, y plantearlas en terapia para trabajarlo forma parte de un proceso enriquecedor y puede ser muy útil.
Bibliografía consultada:
Si lo desea, el lector puede redireccionar hacia las fuentes originales.
https://metamorfosistotal.com/https://elpais.com/
https://psicolink.es/
